Después de tres días y diecisiete horas, me digo que este será el último llanto, el último pensamiento que le daré al asunto. Tengo más llamadas perdidas que horas desperdiciadas en la última semana pero no puedo seguir así, utilicé ya todos mis días de enfermedad en el trabajo, así que tengo hasta mañana a las 07:00 a.m. para volver a estar bien. Y no puedo. Pero tengo que. Así que voy a dejar de pensar en el asunto porque no puedo permitírmelo. Así es, no todas podemos afrontar tener días azules, mucho menos rojos, ni el tiempo para desayunar en un lugar que nos vuelva a hacer sentir seguras. Algunas tenemos que enterrarlo todo y seguir: yo soy de esas.
Así que al día siguiente me levanto para ir al trabajo, tomo una ducha sin pensar en todo aquello que ha tenido que soportar el cuerpo, no pienso en el cuerpo, sólo tomo una ducha. Me maquillo. Me peino. Contemplo la posibilidad del desayuno y me voy al trabajo. Y trabajo, trabajo durante 8 horas seguidas sin utilizar mi tiempo de baño o de comida porque no soportaría encontrarme con nadie, hablar con nadie. Y regreso a casa no porque quiera estar ahí sino porque no hay a dónde más regresar.
Y después es igual. Ducha. Pipí. Maquillaje. Cabello. Ropa. Contemplación. Trabajo. Casa. Pijama. Dientes. Dormir. Despertar. Ducha. Pipí. Cabello. Maquillaje. Ropa. Agua. Trabajo. Casa. Dormir. Dientes. Ducha. Popo. Maquillaje. Cabello. Ropa. Trabajo. Casa. Pijama. Dormir. Despertar. Ducha. Dientes. Maquillaje. Ropa. Cabello. Trabajo. Casa. Pipí. Pijama. Sueño. Pesadilla. Pesadillas. Despertar. Intentar volver a dormir. Intentar volver a dormir. No dormir. Trabajar. No dormir. Trabajar. Ducha. Casa. Sueño. Maquillaje. Ducha. Trabajar.
Hasta que un día me descubro en la ducha con la ropa puesta y el maquillaje hecho y sin recordar la última vez que dormí o fui al baño. Sin saber cuándo fue la última vez que consideré desayunar. Pero está a punto de hacerse tarde para el trabajo, así que me seco la cara con una toalla, me pongo crema y voy a trabajar así, sin maquillaje, sin peinado, sin comida. Y considero usar mi tiempo de lonche pero entre todo lo que he conseguido ignorar, no he conseguido no darme cuenta de cómo han empezado los murmullos sobre mi persona, sobre mi aspecto, sobre lo que pasó. Lo que pasó. Lo que pasó. Lo que pasó.
Entonces marco mi descanso para correr deprisa al baño y sacarlo todo pero no sale nada. Estoy vacía. Finalmente estoy vacía... pero me siento pesada. Entierro eso también para volver a sentir la nada y poder regresar a mi silla. Entierro las miradas, las voces, y todo junto con aquello.
Y entonces regreso a mi silla. Regreso a mi casa. Regreso a mi cama. Regreso a convencerme de que tengo que ignorarlo todo para poder hacerlo todo. Y al día siguiente me despierto. Me ducho. Me lavo los dientes. Intento hacer pipí: no puedo. Me visto. Me maquillo y me peino. Intento obligarme a comer un poco pero en el refri ya no hay nada. Me obligo entonces a anotar que tengo que conseguir comida. Y me voy a trabajar...
Claudia Excaret Santos tiene 22 años de edad y es estudiante de Letras Inglesas en la UNAM. Integrante y co-fundadora de La secta de los libros, un canal de youtube en el que se habla de libros y vida universitaria. Fundadora de Libros en el transporte, un proyecto sin fines de lucro que pretende promover la lectura mediante un podcast y la liberación de libros.
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